Hay que decirlo aunque resulte peligroso en este país de enfoques obtusos y de persecución despiadada a los pensantes: Alfonso Cano fue un romántico que vivió y murió en coherencia con sus ideales y que fue más limpio que la gran mayoría de sus detractores.
Lo que llama la atención con motivo de la operación genocida absurda y desigual "Odiseo", de la sangrienta masacre tan parecida a la que arrojó como resultado la eliminación de Raúl Reyes, es cómo, al estilo gringo, el gobierno colombiano dosifica la guerra con propósitos politiqueros, propinando cada golpe a la subversión como si se tratara de un nuevo capítulo de telenovela para acrecentar la audiencia y disparar la favorabilidad en las encuestas.
Las noticias sobre el asesinato del líder guerrillero de las FARC parecían una especie de eso que ahora llaman "publirreportajes": comerciales desfachatados para endiosar al régimen y mover en la misma dirección de alienación e inercia a la opinión pública.
Para terminar, odiosas las declaraciones del baboso Santos y de su corte de estúpidos neoliberales y despreciable el triunfalismo de los zánganos sicarios de uniforme al respecto.
Muy bien, en cambio, el éxito concomitante del movimiento estudiantil que no desiste en la defensa de sus derechos.
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