El error más grande que puede cometerse frente a los seguidores de las distintas religiones (me refiero a todas por igual) es rechazar a sus líderes, combatir sus supuestos teológicos o referirse en forma negativa a sus símbolos.
Como las tendencias de este tipo estriban su fundamentación más profunda en la manipulación emocional y en un juego bastante complejo (y perverso) de compensaciones sicológicas que proporcionan falsa serenidad al individuo, los fieles, aún los que parecen algo racionales, son extremadamente sensibles ante los ataques y están dispuestos a la radicalización y al sacrificio.
Hay que dejar que las religiones mueran solas, que se extingan por sí mismas, que al fin y al cabo todas ellas, sin excepción, encierran profundas inconsecuencias que terminarán por hacerlas explotar y desaparecer sin más.