En esta temporada de relativo descanso por las festividades de navidad, despedida de año viejo y advenimiento de 2010 he tenido oportunidad de ver dos veces Ávatar. Quise hacerlo para reflexionar con pleno conocimiento de causa sobre su mensaje como obra cinematográfica porque la película me impactó mucho desde un comienzo.
La cinta, del director James Cameron, recrea la existencia de los Na´vi, los singulares habitantes del distante y selvático planeta Pandora, injustamente agredidos por las fuerzas mercenarias de una corporación minera terrícola por allá en el año 2150 de nuestra era, en un futuro todavía marcado por la estulticia y violencia de nuestra raza abyecta.
Es, sin discusión, una obra única, con momentos líricos y matices épicos de gran belleza; es una joya que nos recuerda las potencialidades del cine como arte, y por eso y mucho más hay que verla.
Sin embargo, su mensaje puede leerse a tres niveles, uno vacuo, otro peligroso y un tercero acertado:
1. Las mayorías van a verla para recrearse nada más con el espectáculo de la tecnología bélica, las criaturas extrañas de otros mundos y los parajes mitológicos surgidos de la fantasía sin límite de los creadores de la nueva saga.
Esta categoría, que califico de infantil y conformista, corresponde al gran público consumidor, el mismo que va al cine en familia o en colectivo de amigos niños o adolescentes para atragantarse con perros calientes y palomitas de maíz, que bebe galones de Coca-Cola y que explota en carcajadas o exclamaciones hueras cada vez que ocurre algo insignificante en la pantalla.
2. Algunos que se consideran pensantes, he ahí lo más grave, interpretarán en cambio que Ávatar propone lo que podríamos llamar - o que denominarían ellos, mejor - la "tendencia teológica universal" de los seres pensantes, es decir el hecho religioso como un absoluto o imperativo natural aquí y en cualquier parte.
Expondrán estos beatos camanduleros que los ritos ceremoniales, los cánticos y hasta el lenguaje de los Na´vi prueban cómo la religión surge espontáneamente como fascinación del ser ante la divinidad, como estado moral superior, como admiración del alma agradecida ante la magnificencia y superioridad de la naturaleza y como hecho social cohesionante, igualador y pacificador.
En estos términos, la religión no sería jamás un fruto cultural más de las contradicciones que alberga en su seno una formación social determinada sino algo bueno y telúrico inmerso en nuestra genética. Por ende, un valor noble, una impronta ética positiva.
En fin, sería muy triste clasificar de modo pesimista a Ávatar al lado de la nueva clase de películas de fantasía suave, de terror blando y de seudociencia-ficción conformista que se viene abriendo paso en el cine de nuestros días. Me refiero, como ejemplo, a obritas místicas menores como las del director indio-estadounidense Night Shyamalan (de La Dama del Lago y Señales, verbigracia).
Desde esta óptica, Ávatar sería muy dañina al fomentar el idealismo, esa castrante tendencia soñadora a considerar que existe una realidad superior que nos rige y que el mundo es perfecto, así que no hay lugar para la crítica ni para la rebeldía que implica el cambio.
Además, de cara al futuro y al encuentro con otras civilizaciones más allá de la exhausta Tierra, habría una posible "comunidad de almas" en la supuesta "religión universal".
3. Un tercer nivel de interpretación de Ávatar, el superior por su madurez y proyección según me parece, nos lleva a analizar las implicaciones ecológicas de la película.
Lo que hay en Pandora, en realidad, es un mundo de millones de seres - unos grandes, otros pequeños; unos fuertes y agresivos, otros gráciles y delicados; unos con pleno conocimiento de sus facultades, otros menos al tanto - indisolublemente atados por su común evolución y por ello inextricablemente unidos en su suerte final.
Pero, ¡por favor!, es que así mismo hemos vivido durante millones de años en la Tierra, sólo que hoy, por nuestro orgullo, no somos conscientes de ello...
Quiero creer que el mensaje profundo de Ávatar es éste y no otro; me aferro a pensar que es un campanazo de alerta con buena intención para que comprendamos que nuestro mundo - aquí en la Tierra porque no hemos llegado y quizá nunca llegaremos a otros lugares - está en riesgo y que sólo con la ayuda consciente de todos podremos salvarlo...