Para los católicos del mundo y, en general, para las gentes informadas sobre el convulso acontecer político de Latinoamérica, la figura especial de Camilo Torres, el Cura Guerrillero, ocupa un sitial único. Ícono de las luchas populares, comparable para muchos con el Ché Guevara, Camilo fue un sacerdote que abrazó hasta las últimas consecuencias los conceptos de la Teología de la Liberación y que murió en las montañas santandereanas, al nororiente de Colombia, entre los rastrojos de los cultivos de cacao, en combate contra las tropas institucionales, el 15 de febrero de 1966, a los 37 años. Camilo nació en 1929, en Bogotá, en el seno de una familia acomodada, estudió en los mejores colegios locales, se preparó y ordenó como religioso, estudió en Lovaina y, de regreso al país, sostuvo roces con la jerarquía eclesiástica y se marchó al monte. Hace poco, pasados 41 años, el oficial que en ese entonces comandaba las tropas que dieron de baja al caudillo (ahora ya muy viejo y en uso de mal retiro comoquiera posa de consultor "intelectual" de la ultraderecha) admitió que logró la identificación de su cadáver porque en los bolsillos del ajado uniforme verde oliva se encontraron anotaciones y cartas en idiomas extranjeros y una pipa, una hermosa pipa con guarnición de plata, instrumento precioso en el que Camilo fumaba tabaco cubano de primera y que usaba para reflexionar y soñar...
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